viernes, 16 de marzo de 2012

CAPÍTULO XV: NAVIDAD

Cuando el despertador comenzó a sonar con su pitido habitual, Diana se revolvió entre las mantas. Sus ojos insistían en quedarse cerrados. Le daba la sensación de que había algo muy luminoso e la habitación, y de que una gran cantidad de luz blanca atravesaba sus párpados. Abrió los ojos de golpe, pero no había nada. Sacó un brazo de las sábanas y cogió el reloj digital para mirar la hora. ''6.30''. Lo único que pudo hacer fue volver a acurrucarse en su cama y pensar que la dejaran en paz.
Pero Nube empezó a maullar con desconsuelo. Diana gruñó, pero eso sólo sirvió para que la gata gris maullara más alto.
La chica se levantó y se enfrentó al duro frío que inundaba el pequeño apartamento.
Nube la guió hacia la cocina y miró su plato. Diana entendió.
Bostezando y rascándose la coronilla, sacó la lata de comida, cogió una cuchara y echó los trozos en el plato de Nube. La gata comenzó a engullir antes de que la comida tocara el fondo de su plato.
Alisándose la abundante mata de pelo despeinado con los dedos, se preparó un café bien caliente. Encendió la radio que descansaba en la mesa, con parsimonia. Bebió un sorbo del líquido ardiendo y se quemó la lengua. Siseó.
-...en este gélido día de invierno, aunque un tanto especial, quiero darlos unos cálidos días a todos aquellos que acaban de encender la radio para escuchar nuestra emisora. En este mágico día de Navidad, vamos a tener unas ligeras nevadas en la parte norte y centro de la Península, así como nieblas parciales en...
Diana no necesitó más para apagar el cacharro, dejar el café a medio tomar, correr descalza por el suelo helado y meterse en su cama, aún tibia. Se durmió antes de darse cuenta de que Nube se subía a la cama y se arrebujaba a sus pies, como un ovillo.

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Despertó cuando los ruidos de la calle entraban en la casa como una tromba. Diana abrió los ojos lentamente, poniendo todo su empeño. Cuando finalmente los abrió, se dio cuenta de que Nube no estaba con ella. Y después, de que se moría de hambre. Se levantó con parsimonia, mientras miraba el reloj junto a ella. Era casi mediodía.
Se hizo un bocadillo y calentó el café que había dejado por la mañana. Mientras lo tomaba se extrañó de que Nube no estuviera con ella. Siempre estaba pidiendo trocitos de jamón mientras ella comía. Se encogió de hombros y la llamó. Nadie acudió. Estaba preocupada, así que dejó el desayuno y la buscó por toda la casa.
La encontró debajo de su cama, cuando oyó un maullido largo que la alertó mientras buscaba en su habitación, con las pupilas dilatadas y emitiendo pequeños maullidos de dolor, y con el suave pelaje de su lomo, chamuscado con la forma de una flor.
Diana gimió de terror, la cogió en brazos y la acunó, mirando con asco su colgante marronáceo, al rojo vivo todavía, que reposaba debajo del sillón.
Curó a su gata lo mejor que pudo, mojó un trapo con agua y lo extendió por la herida para calmar el ardor y evitar que se le hinchase. Después, le puso una venda con suero que tenía en el botiquín. El animal no se separaba de Diana ni un instante, iba tras ella emitiendo de vez en cuando leves gemidos de dolor.
-  Te mataré por esto, papá - masculló entre dientes, sintiendo un odio intenso hacia el que había obrado la herida de Nube -, te lo juro.
Acarició con cuidado el pelaje de color gris perla de su gata, mientras fijaba su mirada en el colgante que aún reposaba en el suelo, marrón y con aspecto de estar oxidado, con la misma forma de flor que ahora lucía Nube en su lomo, y que seguramente ningún ungüento lograría hacer desaprecer.