Cuando Marc abrió los ojos, lentamente, todo estaba borroso.
La vista se le fue aclarando, poco a poco, y advirtió que no estaba en su cuarto. Abrió los ojos de golpe y comprobó que, efectivamente, aquella no era su habitación. Miró a su alrededor, con esfuerzo. Aquel cuarto tenía las paredes blancas e impolutas, con una puerta al fondo de color blancuzco y pomos de hierro. A su izquierda había una pequeña mesilla de noche, con un racimo de flores metido en un jarrón. A su derecha, había otra puerta, más estrecha y entreabierta. Estiró el cuello, y comprobó que era un cuarto de baño. Sacudió la cabeza, lo que le costó un dolor sordo en las sienes. Gimió.
Percibió un leve movimiento a su derecha. Descubrió que, al no girar del todo la cabeza, no había visto el sillón color verdoso que estaba junto a él. Tampoco había visto al hombre que le miraba, sonriente, y que estaba apoyandóse en el reposabrazos con la pierna.
Tendría 22 ó 23 años. Tenía el pelo corto y castaño, y los ojos oscuros; la sonrisa ladeada, que en la comisura de la boca formaba un paréntesis, resultaba de lo más contagiosa. Llevaba vaqueros y una camiseta negra y arrugada.
- ¿Cómo te encuentras, bello durmiente? - su voz tenía un deje divertido.
- ¿Álex? - preguntó Marc, confuso - ¿Dónde estoy?
- ¿No lo recuerdas? - el chico parecía extrañado. La sonrisa se borró de su rostro - Salvaste a una chica en el metro. Te golpeaste la pierna al caerte en la vía. También tienes una herida muy fea en la frente. No sé cómo te la hiciste. Ahora estamos en La Paz.
Marc abrió mucho los ojos y se incorporó de golpe. Emitió un jadeo de dolor. Le dolían todos los huesos.
- ¿Está bien? - preguntó, con urgencia.
- ¿Que si está...? Ah, ya - Álex bajó la cabeza, comprendiendo -. La chica. Sí, tranquilo. Sólo se rompió el brazo al caer, según me han contado.
Marc respiró hondo.
- ¿Está en este hospital? - dijo tímidamente Marc.
Álex volvió a sonreír.
- Creo que sí, no estoy seguro. Averiguaré cómo se llama y la sala en la que está.
Marc asintió.
- Gracias, Álex.
La sonrisa del chico se hizo más amplia.
- No hay de qué, chico. Soy tu hermano mayor, tengo que cuidar de ti. Al menos hasta que cumplas la mayoría de edad el año que viene - Álex le guiñó un ojo. Marc rió. Intentó incorporarse y notó la pierna izquierda muy pesada. Álex se dio cuenta de lo que quería hacer y le ayudó a ponerse de pie. Marc comprobó que tenía un vendaje en la rodilla.
- ¿Qué quieres? - preguntó Álex.
- Ir al baño - sonrió Marc. Consiguió alcanzar unas muletas que había apoyadas en la pared y se irguió encima de ellas.
- Yo tengo que irme - dijo de repente su hermano -. Tengo un examen en media hora.
- De acuerdo. Cuídate.
- Lo mismo te digo - dijo Álex, divertido. Acto seguido, se dirigió a la puerta, salió y cerró tras de sí con cuidado.
Marc fue con cuidado hasta la puerta del baño y la empujó suavemente con la muleta. Le costó encontrar el interruptor de la luz, pero por fin lo presionó y el cuarto se iluminó levemente. Lo examinó con brevedad. Al fondo del todo había un retrete y un plato de ducha, y justo enfrente de él había un lavabo con un espejo colgando por encima de él. Vio su reflejo y se acercó para verse mejor. Sus grandes ojos azules estaban cercados de profundas manchas parduscas. Estaba pálido y tenía una gran brecha en la cabeza, desde la sien izquierda hasta la parte central de la frente. Examinó su cabello. Estaba desgreñado, y le caía en mechones desordenados sobre la frente.
Apartó la vista del espejo y observó sus manos. Tenía morados en el antebrazo izquierdo y raspones en las palmas de las manos. Fijó su atención en su muñeca derecha. Tenía una pulsera de cuero, con una M de hierro engarzada en el centro. Frunció el ceño. No recordaba llevarla puesta cuando esperaba el metro.
Unos golpes en la puerta lo sacaron de sus pensamientos. Se apresuró a sentarse en la cama.
- Pasen - dijo, en voz lo suficientemente alta como para que lo oyeran desde fuera.
El pomo de hierro giró y la puerta se abrió. Observó, anonadado, la figura ligera que entró en el cuarto. La chica cerró la puerta. Marc se dio cuenta de que tenía un brazo inmovilizado.
Cuando la muchacha se dio la vuelta, clavó sus ojos verdes y profundos en él. Su pelo negro revoloteó tras ella.
- Hola - susurró suavemente -. ¿Cómo te encuentras?
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