domingo, 29 de enero de 2012

CAPÍTULO III: PROMESAS

Marc, estupefacto, intentó buscar las palabras. No era como la había imaginado. Su rostro pálido estaba cubierto de pecas claras que cubrían su nariz, recta y respingona. Sus labios, finos y rosados, se curvaban en una suave media sonrisa. Tenía un cuello largo y delicado, y los rasgos de la cara eran suaves y redondeados. Vestía una sencilla camiseta roja que le quedaba corta y descubría una pequeña parte de su vientre. Los vaqueros pitillos que llevaba estaban cubiertos de rasgones; probablemente, eran así. Tenía en la muñeca un conjunto de pulseras negras, que acaban en una mano fina y blanca. Sus converse violetas hacían juego con sus ojeras, y sus ojos parecían más grandes y abiertos. La melena negra y lisa le llegaba por la cadera, y era tan espesa que hacía a su rostro parecer más menudo. El flequillo le tapaba la frente y parte de las cejas. Era casi tan alta como él, y tenía una estructura fuerte. Marc se dio cuenta entonces de que los ojos de la chica lo miraban fijamente, con una leve interrogación latiendo en ellos.
-  Bien - se apresuró a decir el joven. - ¿Y tú? - añadió, dirigendo una mirada significativa a su brazo escayolado. La chica, advirtiendo la dirección de sus ojos, sonrió. No fue una sonrisa alegre. Aquello desconcertó a Marc.
-  Sólo un brazo roto, gracias - contestó. Hubo un breve silencio, cargado de incomodidad.
-  ¿ Cómo te llamas? - la joven rompió la tensión del ambiente, y clavó en él sus iris verdes.
-  Marc - contestó el chico, un poco desconcertado por la fijeza con que lo miraba. La muchacha asintió.
-  Yo soy Diana - dijo solamente.
Nuevo silencio, esta vez mucho más largo. Diana seguía plantada junto a la puerta, sin mover un músculo, aparentemente muy segura de sí misma. Marc no pudo menos que admirar su coraje. ``¿Y a esta chica la he tenido que salvar hace unas horas?´´ pensó. Rompiendo el silencio, Diana musitó:
-  Gracias.
Marc la miró un momento.
-  ¿Por qué? - preguntó, aunque en el fondo sabía la respuesta.
Diana se encogió de hombros, con cierta tristeza.
-  Quizá...porque, sin conocerme, arriesgaste tu vida para sacarme de la vía. Quizá...por importarte lo suficiente como para perder el conocimiento en un andén del metro de Madrid después de estar a punto de perder tu vida. Quizá...por salvar mi miserable existencia. - En este punto, se le quebró la voz. Sus hombros sufrieron una ligera sacudida, y un par lágrimas brotaron de sus ojos y lamieron sus mejillas. A Marc ya no le pareció tan segura de sí misma. Se quedó un momento sentado en la cama, sin saber qué hacer, y luego cogió sus muletas, se levantó y avanzó hacia ella. Vacilante, apoyó una muleta en la puerta y, con la mano libre, cogió a Diana por los hombros e intentó atraerla hacia sí. La chica respondió al instante y le enrolló un brazo en torno a la cintura. Un poco inseguro sobre una única pierna, la abrazó también.
-  No hay de qué - susurró Marc -. No podía dejarte ahí, y ver cómo morías aplastada por un tren en el metro de Madrid. De todas formas, yo también debo darte las gracias. Tú también me salvaste la vida.
Parecía que Diana iba a decir algo, pero calló.
-  ¿Quieres...contarme algo? - preguntó Marc con suavidad. Diana lo soltó y caminó hasta la cama. Se sentó donde momentos antes estaba Marc.
-  Si quieres escucharme...lo haré - contestó Diana -. Aunque necesito contárselo a alguien. - Marc recuperó su muleta y avanzó hacia ella. Se sentó a su lado y cruzó los brazos sobre el pecho, dispuesto a escuchar. Diana respiró hondo y se secó las lágrimas.
-  Tengo 17 años - empezó -, y en mis primeros años de vida intenté encontrar un amigo. No lo conseguí. Nunca lo conseguí. Todos decían que soy rara, ni siquiera sé por qué - pareció que dudaba si debía seguir, pero prosiguió -. Cuando tenía 13 años, conocí a una chica. Nos conocimos en el instituto, cuando nos pusieron juntas para hacer un trabajo. Era endiabladamente buena con las ciencias. Nos fuimos conociendo y yo averigüé que se llamaba Judith, que era natural de Madrid y que vivía en un chalé a las afueras de Fuenlabrada con su padrastro, su madre y sus dos hermanos mayores. Fuimos amigas durante dos años, hasta que un día discutimos como nunca lo habíamos hecho. ¿Y sabes por qué? - Marc negó con la cabeza, anonadado. - Por un chico. Por un estúpido ``Casanova´´ de nuestra clase. Después de discutir, yo la dije que la odiaba, y ella me miró con tristeza, no con enfado, como yo esperaba. Después dio media vuelta para irse a casa, y cruzó la carretera, sin darse cuenta de que el semáforo de los coches estaba en verde. Grité para avisarla, pero ya era tarde. Murió atropellada por un Renault rojo el día de su cumpleaños, y lo último que oyó antes de morir es que la odiaban. No me lo perdoné nunca. Y seguramente ella tampoco me lo perdonó a mí. Ayer, en el metro, fue el aniversario de su muerte, y a la vez su cumpleaños. Por eso lloraba. Pero además noté algo extraño en el aire. - Respiró hondo, como si le costase seguir - Pensarás que es una tontería, pero oí su voz claramente en mi oído, diciéndome que me perdonaba por todo. Yo le pregunté mentalmente por qué me lo decía justo en ese momento. Ella contestó que merecía ser feliz. Sin ser consciente, avancé hasta el borde del andén, no sé por qué. Alguien o algo me empujaba. Y de repente, una debilidad se apoderó de mis piernas y caí en la vía - Diana gimió -. No entiendo nada, no entiendo nada, nada...
Marc la contempló un momento, pensativo.
- Resolveremos esto - le aseguró en voz baja. - Te lo prometo. Cuenta conmigo.
Diana lo miró a los ojos. Por primera vez en todo aquel tiempo, una sonrisa de esperanza iluminó su rostro. Marc la imitó. Los dos se fundieron en un largo abrazo, a pesar de no conocerse más allá de unas horas, más allá de la vida de la muerte.

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