domingo, 26 de febrero de 2012

CAPÍTULO XIV: NOCHEBUENA

Diana abrió mucho los ojos.Diana1000: como dices?
MarcBomba: que me repitas lo que sentiste cuando te hablo Judith
Diana1000: estas hablando en serio?
MarcBomba: crees que me tomaria esto a broma, Diana?
Diana1000: pero que ha pasado?
MarcBomba: creo que Judith me ha hablado
Nube miró a Diana con sus ojillos bicolores. Se subió a la cama y se acurrucó en las piernas cruzadas de su dueña. Finalmente cerró los ojos, pero mantuvo las orejas tiesas, atenta a cualquier sonido.
Diana1000: y como lo sabes? que dijo? cuentamelo todo

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Incómoda, Raquel desvió la mirada hacia la silla vacía que había frente a ella. Se metió un trozo de cordero en la boca. El silencio sólo se rompía con el sonido del tenedor golpeando el plato.
-  Bueno, ¿dónde está Diana? - preguntó Tomás, masticando la lechuga. Raquel lo miró con preocupación.
-  No lo sé, mi amor. De verdad que no lo sé.
Elena y Ruth intercambiaron una mirada de circunstancias. El silencio siguió apoderándose de la velada.

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Diana reía a carcajadas.
-  ¿Pero cómo...puede...hacer eso? - preguntó entre risas. Damián puso la cara en su posición habitual y le sonrió.
-  Mi padre me enseñó a hacerlo - respondió, y volvió a hacer la mueca. Diana siguió riendo mientras se agarraba la tripa.
Álex, Marc y María también reían.
Con un suspiro de cansancio, y aún sonriendo, Diana dejó de reírse y cogió un pedazo de cochinillo de la fuente que había en el centro de la mesa. Lo saboreó. Estaba delicioso.
-  Oiga, señora Fernández, la carne está que te pasas - se sonrojó -. Perdón, digo que está muy buena. Tiene que pasarme la receta.
María sonrió.
-  En primer lugar, niña - la señaló con el dedo -, esta receta ha ido pasando de generación en generación, pimero mi tatatatatarabuela, y luego mi tatatatarabuela, y después mi tatatarabuela, y así hasta mí. No creas que la voy a pasar tan fácilmente.
Diana se quedó impresionada.
-  ¡Pero mamá! - gritó Álex, partiéndose de risa - ¡No mientas, lo viste ayer en el programa de Karlos Arguiñano!
Todos rieron, y María la que más.
-  Hijo, cómo te gusta dejarme mal - dicho esto, se dirigió de nuevo a Diana -. En segundo lugar, no importa que digas ''que te pasas''. Soy una mujer moderna.
Marc soltó una risita.
-  Y en tercer lugar, muchacha - se puso muy seria de repente -, nunca, nunca más...
Diana contuvo el aliento.
-  ...me llames señora Fernández. Me hace sentir vieja.
Todos estallaron en alegres carcajadas.

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Ruth se sirvió más cordero en silencio. Tomás, ya satisfecho, la observó.
-  ¿No estás llena? - pregunto, con indiferencia.
-  No - contestó Ruth, cortando un pedazo de carne y pinchándolo con el tenedor.
-  Te vas a poner como una foca si sigues así. - La miró comerse el cordero.
Ruth siguió masticando, indiferente a las críticas de su futuro padrastro.
-  Así sea.
Tomás se levantó bruscamente, tomó el plato de Ruth (la chica gritó: ''¡Eh!'') y lo llevó a la cocina. Después volvió, se sentó tranquilamente en su silla y encendió un cigarrillo, exhalando todo el humo directo a la cara de Ruth, y dejando vestigios de olor tabaco por toda la casa. Raquel no dijo nada. Sólo recogía, limpiaba y ordenaba la mesa, casi impulsivamente, con la cabeza gacha y la mirada fija en el suelo.

                                                       *******************

-  Gracias por la cena, señora Fern...María - se corrigió Diana, sonriendo.
-  No hay de qué, niña. Gracias a ti por venir y hacernos pasar un buen rato - dicho esto, la mujer le estampó un beso en la mejilla, cogiéndola por el mentón con fuerza. Se despidieron y Diana salió al tupido jardín. Estaba cubierto por una curiosa capa de escarcha. Se acercó a un pequeño rosal y acarició los pétalos de una rosa roja como el rubí, aunque un poco más marronácea, tan fría y gélida que se estremeció a su contacto. Aspiró su perfume. Tan intenso...
Quiso cortarla, pero no tuvo valor. No quería estropear el jardín de la familia Fernández. Olió el aroma de la flor una vez más, salió de la casona, cogió su coche y se alejó de allí, seguida por la mirada azul de Marc.
El chico bajó al jardín, con la excusa de querer un poco de aire fresco.
Su respiración formaba pequeñas nubes de vaho en el aire, que se elevaban a la noche, perfecta y oscura. Se acercó al rosal. Localizó la rosa y la sujetó por el tallo. Lanzó un siseo de dolor al percibir las espinas que se clavaban en sus dedos. La soltó y la cogió por la corola. Palpó los pétalos, suaves y delicados. Miró las demás rosas. Eran exactas a aquélla, solo que la que Marc acariciaba estaba más decaída y marronácea. ¿Que tenía de especial precisamente la más fea? Marc no lo entendía. Pero aún así creía en Diana.
Aspiró el olor de la rosa. Era tan intenso que se sorprendió de que, con el frío que hacía, pudiese percibir tan bien aquel aroma.
Ahora lo entendía.
Sonriendo, arrancó un pétalo, no sin cierta pena. Lo olió y percibió aquel olor dulce, que representaba la esencia y el alma de Diana. Subió a su habitación, guardó el pétalo entre las hojas de su libro favorito, se cambió, deseó una feliz Navidad a todos y se fue a dormir.

domingo, 19 de febrero de 2012

CAPÍTULO XIII: VENGANZAS

Cuando Diana abrió la desvecijada puerta de su piso, Nube maullaba. Miró el plato metálico donde le ponía la comida en la cocina, y comprobó preocupada que no había comido nada desde aquella mañana. Nube volvía a mirarla con sus ojos bicolores.
-  Pero, ¿qué te pasa? ¡Come, el plato está a rebosar! - le reprochó, molesta. El animal olisqueó el plato, lo apartó de sí con la pata y volvió a mirarla -. ¿No quieres? ¡Vale! - cogió el plato y lo depositó en la mesa. Nube maulló de nuevo.
-  Pero bueno, ¿qué leches quieres? - se quitó el abrigo con cuidado y se dirigió a su habitación, siempre seguida por su gata color gris. Puso el abrigo en la percha.
-  ¿Quieres comer, es lo que quieres? - Nube siguió mirándola y se lamió la pata derecha -. Nube, me estoy cabreando. Si quieres comer, solo hay eso. Para algo te compro la comida. - Fue a coger el portátil de encima de la cama deshecha, y se quedó paralizada al descubrir que no estaba. Rebuscó entre las sábanas, y no lo encontró. Recordaba perfectamente que lo había dejado encima de la cama. Fue a la cocina. Tenía hambre. Perpleja, descubrió el ordenador en la manta nórdica tendida en el suelo, donde había dormido la noche anterior. Frunció el ceño y lo recogió. Lo puso encima de la mesa.
Se preparó un sándwich de jamón york y se sentó a esperar a que se cargara. Nube observó el sándwich con las pupilas enormes.
-  Pero, ¿tú quieres comer o no? - cortó un pedacito de jamón y se lo dio a la gata. Nube lo masticó de buena gana. Se subió al regazo de Diana e intentó atrapar con las patas otro trozo del embutido que colgaba del bocadillo. La chica se lo dio -. Oye, come tu comida.
El ordenador emitió un pitido que provenía del chat. Lo abrió. Se quedó congelada en el sitio, incapaz de moverse por el terror que la invadía de arriba a abajo. El mensaje decía así:
 Desconocido12345: Espero que a tu gata le guste la comida con colgantes
Con un soberano esfuerzo, consiguió girar la cabeza y mirar en el interior del plato metálico. No se distinguía mucho, pero había un colgante plateado en forma de flor metido entre los trozos de carne. Diana lo cogió, lo lavó y lo observó durante un rato, muerta de miedo. Era el colgante que ella llevaba de pequeña.
 Diana1000: has entrado en mi casa
Desconocido12345: Queria saber como era. Muy bonita. Tu gata es preciosa. Se llama Nube, no es asi? Bonito nombre.
Diana1000: deja de meterte en mi vida, no es justo, por que no puedes dejarnos en paz?
Desconocido12345: Dejarnos? A Raquel, Elena, Ruth y tu?
Diana no se sorprendió de que conociera los nombres de su familia.
Diana1000: exacto
Desconocido12345: No te preocupes, ellas no me interesan. Solo me interesas TU. 
Diana1000 ha salido de la sala.
Desconocido12345: Muy pronto, Diana.
Aterrada, Diana salió de la conversación. Nube comía el jamón del bocadillo y su comida, ahora libre del colgante, a partes iguales. Marc le hablaba desde otra sala.
Diana1000: contigo queria hablar yo

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Marc se estremeció. Alguien había soplado en su oído. Tenía la sensación de que no estaba solo en su habitación.
Su madre entró cargando con una bandeja repleta de comida: un bocadillo, un vaso de leche, fruta, un vaso de zumo de naranja, un trozo de bizcocho...
-  Mamá, no quiero comer hoy y cubrir la comida de toda la semana - se burló.
-  Tonterías, esto te vendrá muy bien, estás muy delgado y paliducho.
Dejó la enorme bandeja en el escritorio y miró un punto detrás de la espalda de Marc. Se estremeció casi imperceptiblemente, pero Marc se dio cuenta. Se dio la vuelta, pero no había nada. Volvió a mirar a su madre.
-  ¿Qué pasa?
María negó con la cabeza.
-  Nada, hijo. Avísame cuando quieras algo - había recuperado la compostura al instante. Salió de la habitación haciendo mucho ruido. Marc volvió a sentir aquel soplido en su oreja. Comprobó que la ventana estaba cerrada y volvió a tumbarse en su cama para continuar hablando con Diana.
MarcBomba: sabes que tu hermana se dejo un anillo en el bar en el que trabajo?
Diana1000: no, ni me importa. Devuelveselo tu, he discutido con mi familia
MarcBomba: Oh, lo siento
Diana1000: nah. Que vas a hacer mañana?
MarcBomba: pues no se, lo que todos los años, estar con mi familia. Por que?
Diana1000: que suerte
MarcBomba: y eso?
Diana1000: mi madre va a quedar con ''papá''. Vamos, con su novio, y me ha dejado tirada
MarcBomba: vaya. Lo siento. Puedes venirte a cenar con nosotros si quieres
Diana1000: tu familia y tu?
MarcBomba: pues claro
Diana1000: si no te importa...
MarcBomba: no es plan estar solo en nochebuena a los 18 años
Diana1000: 17 y medio
MarcBomba: mejor me lo pones
Diana1000: en ese caso, gracias, ire con mucho gusto. Pero no se como se lo tomara tu madre. Al fin y al cabo, arriesgaste tu vida por mi
MarcBomba: jajajaja yo me encargo de eso ;)
Diana sonrió. Qué encantador, se dijo.
Diana1000: ahora tengo que hablar contigo de un tema serio
MarcBomba: adelante
Diana1000: no se si sabras que hace unos dias un tipo llamado Desconocido12345 me esta mandando unos mensajes un poco espeluznantes
MarcBomba: en serio?
Diana1000: si. Pero lo peor es que se quien es
Marc volvía a tener aquella sensación de no estar solo. Molesto, se rascó la oreja, que encontró sorprendentemente cálida, como si fuera el foco de un luz muy intensa. Sintió un ligero vértigo en el estómago y un cosquilleo en las piernas.
-  ...cuida de ella... - una voz dulce y suave le habló al oído. Marc era incapaz de sentir miedo. Era una sensación maravillosa -...no dejes que se la lleve...le hará daño...cuida de ella...como yo no pude cuidarla...
El cosquilleo y el vértigo desaparecieron lentamente. La calidez de su oreja y la sensación de no estar solo se extinguieron.
Diana1000: Marc, contestame, estas ahiiiiii???
MarcBomba: repiteme lo que sentiste cuando Judith te hablo en el metro 

CAPÍTULO XII: MISTERIOS

Marc cogió el trapo húmedo y lo pasó por la superficie de la mesa número 4. Los hilos sueltos del paño se engancharon con saña en un aro de plata, brillante y abandonado, de Elena. Lo rescató de entre los hilos de la tela y lo boservó, sosteniéndolo entre el índice y el pulgar. Después lo guardó en el holgado bolsillo de sus vaqueros.
Metió el trapo debajo del grifo, lo escurrió, lo roció con desinfectante y volvió a pasarlo por la mesa 4, frontando con fuerza para desincrustar cualquier mancha que luego pudiera no salir.

                                                            *********************

-  ¿Estás tonta o te has fumado algo raro? - incrédula, Elena se sostuvo para no soltarle un sopapo a su hermana.
-  Le vi, Elena. Me miró con esos ojos tan...siniestros que tiene. - La seriedad del rostro de Diana no dejaba espacio para bromas. Los ojos verdes de las dos hermanas se estudiaron con atención un momento.
-  Está bien -rendida, Elena suspiró- ¿Dónde le viste?
-  Viniendo hacia aquí, no sé qué calle.
-  Si es listo - dijo Raquel con la voz rota -, será una calle próxima a ésta. - Emitió un sollozo tan cargado de tristeza y desespero que Ruth no pudo hacer más que abrazarla con fuerza y besarla en la mejilla con cariño. Su madre tosió y le sonrió cálidamente, agradecida. Sus afectuosos ojos color miel brillaban debido a las lágrimas que los cubrían. Su rostro delgado y pálido se contraía en una mueca de dolor y cansancio. Pero aún así sonreía. Era muy bella.
Ruth le devolvió la sonrisa y le cogió la mano.
-  No tiene por qué - repuso Diana -. A lo mejor no sabe con exactitud dónde vivimos, tan solo está... - calló, dándose cuenta de que sólo estaba empeorando las cosas. Se mordió el labio.
-  Mamá - dijo Elena -. ¿Qué hacemos ahora?
Raquel vaciló.
-  Esperaremos hasta final de año para ver qué pasa.
Las tres chicas bajaron la cabeza.
-  ¿Qué haremos mañana? Es Nochebuena -. Diana sentía curiosidad.
Raquel se secó las lágrimas con la manga de la camisa.
-  Mañana he quedado con Tomás.
Diana entrecerró los ojos.
-  ¿Y nosotras?
-  ¿No tienes amigos para salir?
-  Estarán con su familia. Como debería estarlo yo.
El ambiente estaba cargado de tensión. Diana y Raquel siempre estaban discutiendo.
-  Pero yo ya he quedado. Respeta mi postura. No le veo desde el mes pasado.
-  Y yo a ti tampoco desde hace tres años. Él no es mi padre, mamá. Por más que quieras que lo sea.
-  ¡Ya empezamos a desenterrar el pasado! - Raquel se ensombreció.
-  ¿Cómo quieres que no lo haga si el pasado es la única razón por la que no nos hablamos? - Diana empezaba a levantar la voz e intentó controlarse.
-  ¡Ya basta!
No pudo.
-  ¡Ya basta no, mamá! ¡Estoy harta de que siempre tengas que ser tú la víctima, y yo la mala de la película! ¡Pero para montarte esas historias ya está Elena, ¿no?! ¡Paso de vosotras!
Con rabia, salió del pequeño chalé dando un portazo. Sacó de su bolsillo las llaves del coche y se metió en su Citröen verde y viejo. Desde la ventana superior de la casa, Ruth la miraba con lágrimas en los ojos. Diana sacudió la cabeza y se alejó de la vivienda.

viernes, 17 de febrero de 2012

CAPÍTULO XI: ADVERTENCIAS

- ¡Marc! ¡Espabílate, tío! - le dijo alguien al oído. Marc giró la cabeza y se encontró con unos ojos negros como el azabache en una piel tostada por el sol.
-  Perdona, Sofía. Estaba ditraído.
- Que no vuelva a pasar, hoy el restaurante está petado, y necesitamos a gente despierta.
-  Entendido.
La encargada entrecerró los ojos, dirigiendo a Marc una última mirada de avertencia, mientras se retiraba a atender a la gente. Marc suspiró. Menos mal, ya casi es la hora de irse a casa, pensó.
Con un nuevo suspiro, se dirigió a una mesa cercana en la que se sentaba de espaldas a él una mujer.
-  Hola, buenas tardes. ¿Qué desea tomar? - dijo, con voz falsamente alegre. Le impresionaron los profundos ojos verdes que le miraban desde la cara pálida y perfecta. Le recordó a Diana. Le sonrió con calidez y le tendió el menú.
Elena guardó silencio y lo miró, decidiendo qué pedir. La mirada azul de aquel chico la había aturdido. Pidió unas bravas y una cocacola.
Mientras esperaba, Elena sacó la blackberry de su enorme bolso de piel. Miró atentamente la pantalla. Tenía 8 llamadas perdidas de Diana. Preocupada, marcó el número de su hermana y esperó. Los pitidos de espera se alargargaban...pero por fin la voz de Diana preguntó quién era.
-  Diana, ¿qué ha pasado? Encima que casi me petas las memoria del móvil, me has llegado a preocupar.
-  Deberías estarlo ya - la voz de la chica contenía una leve inquietud.
Marc dejó la cocacola y las bravas encima de la mesa y se marchó cojeando.
Elena oyó de fondo una tos asmática, que adjudicó a su madre. Un poco sorprendida, consiguió preguntar:
-  ¿Está ahí mamá?
-  Sí. Acabo de traer a casa a Ruth, y no parece estar muy contenta.
-  Déjate de bromas. Dime qué pasa.
-  ¿Estás cerca de casa?
-  No. ¿Cuál es el problema, Diana? Se me acaba la paciencia.
Sin darse cuenta, Elena se había quitado del dedo anular un aro de plata con una piedra diminuta y negra en un extremo, y lo manipulaba nerviosamente.
Detrás de la línea, Diana guardó silencio. Elena escuchó, y oyó a su madre lanzar un sollozo y sorberse la nariz.
-  ¿Dónde estás exactamente?
-  En un bar de ramón y Cajal.
-  Coge el coche y toma el camino más corto para llegar a casa. Rápido.
-  No tardaré mucho.
-  Más te vale.
Elena fue a decir algo, pero Diana ya había colgado.
Pidió la cuienta, levantando el brazo, y dejando sin probar las bravas y la cocacola. Marc se apresuró a atenderla.
la chica salió corriendo del bar, con la mirada de unos ojos verdes clavados en ella hasta que entró en el coche, arrancó se perdió en las calles de Madrid.

domingo, 12 de febrero de 2012

CAPÍTULO X: RENCORES

Diana se despertó con el suave pitido que emitió su ordenador. Abrió lentamente los ojos, se incorporó y bostezó con cansancio. Miró a su alrededor: estaba en la cocina. Extrañada, palpó lo que creía que era su cama, pero sólo encontró una gruesa manta nórdica, y debajo el frío y duro suelo. Recordó que Ruth dormía en su cama. Suspiró para sí. Su ordenador volvió a emitir otro pitido. Se dio cuenta de que se había dejado el chat encendido la noche anterior. Frotándose un ojo, se levantó, se colocó bien el ceñido pijama y miró la hora en las esquina de la pantalla. ''06:41'', rezaba el mini reloj digital. Abrió la ventana de conversación que la llamaba con tanta urgencia, y se le congeló la sangre en las venas al leer los dos mensajes escritos de Desconocido12345 para ella. Cerró rápidamente la conversación e intentó calmarse. Una vez lo consiguió, abrió una ventana de conversación con MarcBomba, que en esos momentos estaba desconectado, y mientras esperaba se preparó una gran taza de café y mordisqueó las galletas que sobraron la noche anterior. Preparó una taza de colacao caliente y la dejó en la mesa para Ruth. Se apresuró a levantar a su hermana, que remoloneó un rato más entre las mantas pero por fin se levantó.
Mientras bebía el cacao, observó a Diana teclear con un solo brazo y beber a sorbos su enorme taza de café.
MarcBomba: buenos dias, has llegado antes que yo
Diana1000: si, he ganado, xD
MarcBomba: xD, que tal has dormido?
Diana1000: no muy bien, he tenido pesadillas, y tu?

MarcBomba: ups, lo siento. Yo bien, pero antes de poder llegar a soñar mi madre me metio dos tazas de te en el cuerpo xD
Diana1000: jajajajaja tu madre es genial, como se llama?
MarcBomba: María. Y la tuya?
Diana1000: Raquel. Y que hay de tu padre?
MarcBomba: se llama Damián. Mi hermano es calcado a el. Tu tienes padre?
Diana1000: ...no estoy segura
MarcBomba: y eso?
Diana1000: paso algo...y no volvi a verle
MarcBomba: que paso?
Diana1000: no me gusta hablar de mi
MarcBomba: por que?
Diana1000: podemos dejarlo?
MarcBomba: ok
Diana1000: lo siento, no me gusta esta conversacion
MarcBomba: he dicho algo malo?
Diana1000: ya hablaremos
Diana1000 ha salido de la sala
MarcBomba: te has enfadado?

Marc suspiró y cerró el chat. Estúpido, se dijo, doy estúpido, mi curiosidad y yo somos estúpidos. Dejó el ordenador en la cama sin hacer, y se vistió lentamente, dándose cuenta de que no le dolía la herida, sólo le molestaba. Cogió su mochila, se despidió de su familia en la cocina, ya que estaban desayunando, salió a la calle y se dispuso a hacer frente a otra jornada de trabajo.

                                                      ************************

-  Diana, estás en tu mundo - le reprochó Ruth a su hermana -. Te estoy hablando y no me haces ni caso.
Con los brazos cruzados y el ceño fruncido, una Ruth enfurruñada reñía a Diana desde el asiento del copiloto.
Diana sacudió la cabeza, y se miró el brazo. Podía maniobrar sin problemas con el coche, pero le costaba cambiar la marcha. Se había quitado la escayola con unas tijeras y se había puesto una venda rígida y firme, pero más blanda que el yeso. No estiraba del todo el brazo por miedo a hacerse daño, pero lo manejaba sin dificultad. Se volvió un momento hacia Ruth.
-  Perdona, ¿qué me habías dicho?
Ruth gruñó.
-  Decía que no quiero ver a mamá. Me cruzará la cara otra vez.
-  Te lo mereces.
-  ¿Que me lo merezco? - atónita, Ruth ya no parecía tan enfadada como antes - ¿Por qué?
-  Por escaparte, por pasar una noche fuera de casa y por no ir al colegio. ¿Te parece poco?
-  Instituto - corrigió Ruth -. Ya tengo catorce años. Voy al instituto, no al colegio.
-  Pues no lo parece - Diana gimió -. Ruth, eres más cabezota que mamá. ¿De dónde has cogido ese mal genio?
Ruth no contestó. Sabía de quién había heredado aquella tozudez, pero no quería decirlo. Diana también lo sabía. Calló. El coche quedó en silencio.
Pasó junto a un paso de peatones, en el que el semáforo se había puesto rojo. Paró, y otro coche, un todoterreno negro que Diana conocía muy bien, paró junto a ella, a su izquierda. Con el corazón latiéndole con fuerza, divisó unos profundos ojos verdes que le sonreían con malicia detrás de la ventanilla del copiloto. Se estremeció y apartó la vista. El miedo le atenazaba la garganta y no pudo pronunciar ninguna palabra. Miró hacia Ruth. Miraba destraídamente por su ventanilla. Era mejor así. Volvió a mirar el semáforo y se dio cuenta de que estaba en amarillo. Giró la cabeza. Ahí seguían los penetrantes ojos verdes que la observaban con interés. El semáforo se puso verde y Diana arrancó con tal ímpetu que Ruth se echó hacia atrás en su asiento, sorprendida.
-  ¿Qué pasa, qué pasa, Diana? - preguntó, asustada por la velocidad que llevaba el vehículo de su hermana.
-  ¡Tengo prisa! - le gritó. Se arrepintió enseguida -. Perdona, esque había una persona que no me gustó nada.
Ruth la miró, pero Diana evitó sus ojos volviendo la cabeza y clavando la mirada en el paisaje que se adivinaba tras el parabrisas.

miércoles, 8 de febrero de 2012

CAPÍTULO IX: REPROCHES

Diana caminó sin rumbo a lo largo de su calle, pensando. Judith, había dicho Ruth por el chat. Pensó con todas sus fuerzas...los minutos pasaban y ella no sabía dónde empezar a buscar. Sacó el móvil y marcó el número de su hermana. Salió el buzón de voz. Diana gruñó. Judith...Judith...Judith...Judith...Su rostro se iluminó. ¡Ya lo tenía! Se caló bien el abrigo y salió corriendo.
Encontró el parque unos metros más allá. Exhausta, se apoyó en el columpio. Miró a su alrededor. Una figura solitaria movía las piernas sentada en lo alto del tobogán. Suspiró con ahínco y echó a andar hacia ella.
-  ¡¡¡Ruth!!! - gritó mientras caminaba por la suave arena. La figura volvió la cabeza, se bajó del tobogán y corrió hacia ella. Un segundo después, su cabeza reposaba en el pecho de Diana, y rodeaba su cintura con dos brazos finos y largos -. Da gracias por tener internet en el móvil - murmuró la chica. Se abrazó contra su hermana y le frotó la espalda. Iba a reprocharla todo, pero se calló y no dijo nada. La separó de sí, sacó el móvil y marcó un número. Ante la atenta mirada de los grandes ojos verdes de Ruth, Diana habló con Elena.
-  Ya la he encontrado. Me la quedo en mi piso esta noche y mañana te la llevo. Vale - su rostro se ensombreció -. Sí, conseguí llegar por autostop. Vale, adiós.
Colgó y cogió la mano de Ruth. Tiró levemente de ella y echaron a andar las dos juntas.
-  No vuelvas a darme estos sustos, por favor. Lo he pasado muy mal - Ruth bajó la cabeza -. Si te hubiera pasado algo...¿estás llorando? - giró la cabeza y, efectivamente, grandes lágrimas manaban de los ojos de Ruth. Su nariz respingona estaba rosada, lo que contrastaba con su rostro pálido y puro como una estrella. El cabello oscuro, liso y abundante le caía a los lados del rostro y le rozaba los hombros. Pequeñas pecas le cubrían las mejillas. Se enjugó las lágrimas con el dorso de sus manos, finas y de largos dedos. Diana suspiró, la abrazó con su único brazo libre, la cogió de nuevo de la mano y echó a andar hacia su casa.

                                               ***************************
-  Hola, hijo - en el rostro del hombre apareció una sonrisa sesgada que formaba un paréntesis en las comisuras de la boca -. Te veo mejor que hace unas horas.
-  Sí - contestó Marc con sencillez -. Ya me encuentro mejor, y ya no tengo frío - echó una mirada furtiva a la taza de té que descansaba en la mesilla, vacía. María captó la dirección de sus ojos y cogió la taza, dispuesta a rellenarla del mejunje. Marc se levantó y bostezó.
-  Me voy a la cama. Buenas noches - mintió.
-  Buenas noches - contestaron la madre, el padre y Álex al unísono -. Marc, cielo, ¿no quieres más té?
-  No, gracias - dijo, al entrar en su habitación. Se puso el pijama, se lavó los dientes y se acostó en su cama. Sacó el portátil de debajo de la almohada y lo encendió. Enchufó los cascos para no hacer ruido. Comprobó que la red de internet estaba activa y se conectó al chat para gente de su edad. Su corazón dio un vuelco cuando reconoció un nickname: ``Diana1000´´. Empezó a hablar con ella, tecleando sin ruido alguno. Pasó aproximadamente una hora, y le entró sueño. Se despidió, apagó el ordenador, lo escondió debajo del colchón. Antes de dormirse definitivamente, sólo tuvo tiempo de recordar la promesa que le había hecho a Diana y de oír a su madre decir desde la cocina:
-  ...Por favor, Damián, cariño, llévale el té a Marc, seguro que quiere...
                                             
                                                **************************

Ruth acarició el lomo grisáceo y suave de la gata. Observó un momento sus ojos bicolores y cogió una galleta del plato. La mordisqueó despacio.
-  ¿Cómo se llama? - preguntó. Diana se removió en el sitio.
-  Nube - contestó, con voz queda.
-  ¿Cómo se te ocurrió ese nombre?
-  No lo sé.
-  Es preciosa.
-  Ajá.
-  Me gustaría tener una gata así de bonita.
-  Ajá.
-  ¿Me estás escuchando?
-  Ajá.
-  ¿Qué haces?
-  Ajá. Quiero decir... - Diana apartó la mirada del ordenador - Estoy hablando con una persona.
Ruth estiró el cuello para mirar por encima del hombro de Diana. Ésta cerró la tapa del ordenador.
-  Oye...estate quietecita un rato, ¿quieres? Es importante.
Ruth bajó la cabeza y siguió acariciando a Nube, que se recostó encima de la mesa y ronroneó mansamente. La chica soltó una risita y le rascó la barriga. Nube se removió, pero no abrió los ojos. Ruth suspiró.
-  ¿Puedo irme a la cama? - Diana parpadeó y asintió, con cansancio. Se levantó, seguida de Nube y de Ruth, y salió de la cocina. Deshizo la cama de su habitación y Ruth se tumbó.
-  Buenas noches, Diana - dijo, en voz baja.
-  Buenas noches -contestó.
Fue a cerrar la puerta del cuarto, pero Ruth la llamó. Diana se acercó.
-  Gracias - susurró la niña. Le echó los brazos al cuello. Diana sonrió. Se apartó de ella y salió de la habitación.
Volvió a la cocina. Se sentó frente al ordenador mientras cogía una galleta del plato y rascaba distraídamente la oreja de Nube.

MarcBomba: estas ahi?
Diana1000: si, perdona. Mi hermana acaba de irse a la cama, y yo no tardare en hacer lo mismo xD 
 MarcBomba: esperate, esto es importante. Estabamos hablando de  Judith. Que sentiste exactamente ayer en el metro?
MarcBomba: estas?
Diana1000: si...senti como si me soplaran en el oido, y oi su voz claramente decir:acepto tus disculpas, Diana.
MarcBomba: y que mas?
Diana1000: le pregunte que por que me lo preguntaba justo ahi, en medio del anden, y me respondio que merecia ser feliz
MarcBomba: ella?
Diana1000: no bobo, yo
MarcBomba: jajaja ok ok...
Diana1000: que conclusion sacas de ello?
MarcBomba: absolutamente ninguna
Diana1000: tonto!!! Se yo mas que tu! Judith esta intentando comunicarse conmigo!
MarcBomba: aaammmmm...ok y para que crees que quiere comunicarse contigo?
Diana1000: no lo se, pero tiene que ser importante para volver de entre los muertos para decirme eso solo...
MarcBomba: esto tenemos que solucionarlo...pero mañana. No me siento con fuerzas para seguir toda la noche
Diana1000: acuestate ya, mañana vas a tener ojeras, y seguro que no te quedan tan bien como a mi xD
MarcBomba: oye, no te quedan mal. Te hacian juego con las zapas jajajaja
Diana1000: mentiroso! xD Bueno, acuestate ya mejor
MarcBomba: ok, buenas noches, mañana conectate a las 7 
Diana1000: si, pero a las 7.30 me tengo que ir al curro
MarcBomba: yo tambien. Adios
Diana1000: chao
MarcBomba ha salido de la sala


Con un suspiro, se dispuso a apagar el ordenador, pero un pitido le llamó la atención. Abriendo mucho los ojos, empezó a hablar.

Desconocido12345: Aqui estas otra vez
Diana1000: te dije que me dejaras en paz, no? Por que no eres capaz de dejarme tranquila un dia solo? Es tan dificil?
Desconocido12345: vamos, Diana, soy yo. HE VUELTO. NO TE ALEGRAS DE VERME? De pequeña suplicabas que te cogiera en brazos. Que te ha pasado?


Con el corazón latiéndole con fuerza, Diana cerró de golpe el portátil. El sudor formaba pequeñas perlas que se adherían a su frente. Tenía las pupilas enormes. Su mente no dejaba de recordar el cuerpo de Judith bajo los neumáticos del Renault rojo, los ojos de su padre mirando el cadáver con frialdad desde detrás del parabrisas...
Tuvo pesadillas toda la noche, soñando con su padre, sangre, más sangre y más sangre...

lunes, 6 de febrero de 2012

CAPÍTULO VIII: CAÍDAS

Marc miró a ambos lados del corredor. Vio acercarse a la enfermera pelirroja y pasó de largo, como si no la conociera. Su muleta rebaló varias veces en el suelo pulido del edificio, pero consiguió llegar a la salida ileso. Un viento frío le abofeteó en la cara. Se apresuró a salir del hospital y buscar una parada de autobús. No la encontró, así que sacó el teléfono de la mochila, marcó un número y esperó.
-  ¿Álex? ¿Puedes venir a buscarme? Está ya muy oscuro y no encuentro un taxi ni un bus. Ok, gracias.
Colgó y se metió el móvil en el bolsillo. Se abrigó más y esperó. Unos minutos más tarde, el cielo tenía un color violeta oscuro y estaba lleno de puntos brillantes, mientras un coche plateado de acercaba a él por la puerta del hospital. Marc subió y dejó las muletas en el asiento de atrás. Se volvió para mirar el rostro moreno de su hermano.
-  Gracias por venir. Hace un frío que pela - descubrió un leve deje de burla en los ojos de Álex -. ¿Qué?
-  Nada - respondió, sonriendo -. Adivina quién se ha sentado hace un momento donde tú estás ahora.


                                                        **************************

Nube comía, encima de la mesa, junto a Diana. Masticaba y ronroneaba apaciblemente, mientras movía su larga cola con suavidad. Diana, con la mirada perdida en la pantalla del ordenador y pinchando un trozo de carne con el tenedor, tenía la mente en blanco. Sólo dejaba paso a los sentimientos de culpa, al recordar la melena castaña de Judith cruzando la carretera, su cuerpo destrozado debajo de los neumáticos del Renault rojo...
Las lágrimas asaltaron sus ojos con fuerza. Pero no dejó que rodaran por su cara. Ya había llorado suficiente. De repente, se le había ido el apetito. Oyó un pitido y fijó su atención en la pantalla del portátil. Alguien le había enviado un mensaje online. Se le paró el corazón.
MegaRuth75: No voy a volver a casa en mi vida
Diana1000: Ruth? Donde estas?
MegaRuth75: Para que lo quieres saber si vas a venir a buscarme para llevarme a casa?
Diana1000: Ruth dime donde estas ahora mismo, esta anocheciendo y hace mucho frio. Dimelo!
MegaRuth75: Te dare una pista. Judith
Diana1000: Ahora no tengo tiempo ni ganas de juegos, dime donde estas!
MegaRuth75 ha salido de la sala.
Con un rugido de furia, Diana cerró de golpe el ordenador. Nube se asustó y le clavó su mirada bicolor.
-  Perdona, Nube - se disculpó Diana. Con precipitación, cogió su abrigo, su mochila y las llaves, apagó la luz de la cocina, se metió el móvil en el bolsillo, acarició el lomo de Nube y salió a la calle.

                                                    *****************************

-  Pobrecilla - comentó Marc, mientras saba sorbos a su té caliente -. Qué mal debe de llevarse con su hermana.
-  Conozco a Elena - repuso Álex, mirando cómo la nieve caía suavemente sobre el jardín, coronando de blanco los pequeños gorros de los gnomos de piedra -. Iba a dos cursos más que yo cuando iba al instituto. Es una chica salvaje, pero sabe lo que hace - se dio la vuelta -. ¿Quieres otra almohada, otra manta? - Marc negó con la cabeza y bebió otro sorbo. Miró a su alrededor. Por fin en casa. La bienvenida que le dieron sus padres había sido muy calurosa, pero le había costado un dolor sordo en la herida, por estar tanto tiempo de pie, dejándose abrazar por sus familiares. El sofá en el que estaba sentado era de lo más cómodo, situado en el salón de la casa, y frente a él había un ventanal tan grande y limpio que parecía que no había pared en esa parte de la sala. Dejaba ver un pequeño y acogedor jardín repleto de arbustos y pequeños gnomos de piedra, con un enorme manzano en el centro de aquella pequeña selva. Marc dejó el té en la mesa que había junto a él y se recostó en su sofá. Acto seguido, apareció una mujer rolliza de pelo rubio color miel, y unos ojos grandes y azules. Llevaba un delantal de cocina cubierto de un polvillo blanco.
-  He hecho tortitas - dijo. Miró a Marc -. Tú quieres, ¿verdad, cariño? - Marc volvió a negar con la cabeza.
-  No, gracias, mamá, no tengo mucha hambre, pero el té me ha sentado de maravilla
-  ¿Seguro que no quieres?
-  Que sííí.
-  ¿Pero seguro que...?
-  María, por Dios, deja al pobre chico que descanse - tronó una voz masculina. Apareció detrás de la rolliza mujer un hombre fuerte y musculoso de ojos castaños y pelo grisáceo.
-  Hola, papá - sonrió Marc.

CAPÍTULO VII: FOBIAS

Diana divisó, unas calles más adelante, la suya propia. Se giró hacia Álex.
-  Gracias por traerme, Álex - le sonrió -. No habría podido venir andando 9 kilómetros sola.
Álex se encogió de hombros y rió.
-  No te preocupes, Diana. Cuando le diga a Marc que he traído a su protegida en coche, se pondrá muy contento, ya verás - Álex le guiñó el ojo y Diana se sonrojó -. Bien, ya estamos, calle Ambrós. Espero que volvamos a vernos.
Se despidieron con un caluroso y firme apretón de manos. Diana cerró la puerta del coche y esperó a que el centelleo de su color plateado se hubiera perdido en el horizonte. Una vez desapareció el vehículo, Diana se quitó la mochila dejándola caer en el suelo, la abrió y rebuscó con la mano en su interior. Encontró las llaves, cerró la mochila, se la colgó al hombro y echó a andar hacia su portal.
Introdujo la llave en la cerradura pero, cuando intentó girarla, nada sucedió. Diana apretó más hacia los lados, pero la llave no cedía. Finalmente, consiguió girarla y entró. Subió las escaleras al primer piso y miró la puerta de su casa. Estaba llena de rasguños, con los goznes oxidados y los tornillos mal enroscados Suspiró. Era lo mejor que se podía permitir. Introdujo la llave en la cerradura y abrió. Dejó las llaves en un plato que había en una mesita junto a la puerta, y cerró con suavidad.
-  ¡Nube! - llamó - ¡Nube, que ya estoy en casa!
Una gata de suave pelaje gris y pardo salió trotando detrás de la mesita de la entrada y se frotó contra su pierna derecha. Diana sonrió. Le acarició el lomo. El animal se estremeció y le lamió el dorso de la mano.
-  ¿Has comido, Nube? - la gata la miró con unos impresionantes ojos bicolores: el derecho verde esmeralda y el izquierdo azul zafiro -. Veo que no - Diana miró hacia la cocina, a la derecha de la puerta. Había un pequeño plato metálico repleto de croquetas para gatos -. ¿Me estabas esperando, eh? - Nube siguió mirándola. Diana dejó la mochila en el suelo y entró en su cuarto, siempre seguida de Nube. Estaba igual de desordenado que siempre. Suspiró, se quitó el abrigo y lo dejó colgado en una percha que encontró en el suelo. Observó la habitación. Era pequeña, con las paredes de color azul celeste, y el techo cubierto de pequeñas estrellas de plástico que brillaban en la oscuridad. Había una gran ventana al fondo, y la cama junto a ella estaba sin hacer y cubierta de ropa. Junto a la puerta, había una pequeña mesa de estudio de color blanco y una silla negra con ruedines. Al lado de la ventana, una gran estantería repleta de adornos, pulseras, anillos, fotos, bolas de cristal, y muchos objetos más. En el suelo, a los pies de la cama, había una pequeña cesta donde siempre dormía Nube. En la pared que estaba enfrente de las ventana, Diana tenía su propia galería de arte. Estaba cubierta de fotografías suyas con amigas, en otros países, como Italia, Alemania, Perú, Rusia, China...y de dibujos de hadas, duendes, y demás criaturas mágicas. Diana se puso a ordenar. Colocó todo en su sitio, ante la atenta mirada de Nube, que escrutaba cada movimiento. Una vez estuvo ordenada, la habitación parecía mucho más grande. Diana dirigió una mirada a su portátil, abandonado encima de la mesa. Lo cogió, se tumbó en la cama y lo encendió. Mientras se cargaba, se cambió de ropa y se puso un viejo pijama verde con pequeños corazones de color rojo. Nube se acomodó en su regazo, se lamió las patas y se hizo un ovillo allí mismo. Diana entró en un chat privado para gente de su edad. Ahí estaba. Cogió aire y tecleó, con la única mano que le quedaba libre:

Diana1000: Sigues persiguiendome.
Desconocido12345: No te persigo.
Diana1000: Y por que me hablas entonces?
Desconocido12345: Es una sala de chat, no? Se puede hablar con gente...
Diana1000: Pero no de esas cosas. No del pasado.
Diana1000: Te has quedado callado. Que pasa?
Desconocido12345: Crees que te estoy persiguiendo?
Diana1000: Si.
Desconocido12345: No era esa mi intencion. No quiero hacerte sentir mal.
Diana1000: Pues deja de hablarme. Lo que dices no tiene gracia.
Desconocido12345: Ok. Ya te dejo.
Desconocido12345 ha salido de la sala.

Diana suspiró y cerró el ordenador de golpe. Lo dejó encima de la cama, se incorporó (Nube,sobresaltada, se bajó de la cama) , y salió de su habitación hacia la cocina, dispuesta a comerse una buena ración de ensalada y carne, seguida por Nube, que se relamía pensando en el menú que había preparado su dueña.

sábado, 4 de febrero de 2012

CAPÍTULO VI: BÚSQUEDAS

Diana suspiró, exasperada. Y ahora, ¿qué? Era pleno diciembre, estaba oscureciendo por momentos, le dolía el brazo y se estaba congelando. Oyó un leve rumor del motor de un coche a lo lejos, y aguzó la vista. Tuvo que hacerse una visera con la mano, ya que el sol, que era ya una uña en el horizonte, le daba de lleno en los ojos, haciéndole daño. Era un coche plateado, o eso creía. Aguardó a que se acercara y alzó el brazo, con el pulgar levantado hacia arriba. El coche paró junto a ella. Abrió la ventanilla, que descubrió un rostro moreno y unos ojos castaños.
-  ¿Subes? - preguntó el chico, con una sonrisa. Diana vaciló y dirgió una breve mirada a ambos lados de la carretera. No se veía un alma. Eso la inquietó un poco, pero finalmente subió y se abrochó el cinturón de seguridad. Miró al chico, incómoda. La cara le sonaba, pero no lograba ubicarla. El joven sonrió de nuevo.
-  ¿Y bien? - preguntó - ¿Adónde te llevo?
Diana lo pensó un momento.
-  ¿Sabes dónde está la calle de Ambrós? - el muchacho asintió. Puso marcha directa y arrancó el coche. Hubo un breve e incómodo silencio. Finalmente, el chico dijo:
-  No me has dicho cómo te llamas.
Diana lo miró, perpleja.
-  No me pareció un dato relevante - replicó, con cautela. - Pero si de veras tienes tanto interés en saberlo...soy Diana. ¿Y tú?
El muchacho parpadeó.
-  Álex - la miró un momento y volvió a dirigir la mirada al parabrisas -. Tú eres la chica que salvó mi hermano ayer - Diana se quedó boquiabierta.
-  ¿Eres el hermano de Marc? - preguntó. Álex asintió con la cabeza - No os pareceéis mucho - comentó Diana.
- Sí - dijo Álex, sonriendo de manera siniestra -. Lo sé. Mucha gente me lo dice.

                                                       *************************

Marc metió la cabeza debajo del grifo del agua fría, y se despertó del todo. Sacudió la cabeza. Cogió la toalla que estaba doblada en un pequeño cajón junto al lavabo, y se secó el pelo, castaño y fino, y la cara. Miró de nuevo la pulsera de su muñeca. ¿De dónde había salido? No la llevaba puesta antes. Seguramente me la habrá puesto Álex cuando estaba inconsciente, pensó, sabe que le tengo mucho cariño.
Una punzada de nostalgia atravesó su corazón. Recordó dónde la había conseguido. Hacía ya 10 años, su madre lo llevó de vacaciones a la playa. Vivían en una pequeña casa junto al mar, en una de esas en las que cuando te asomas a la ventana ves las olas batir contra las rocas, y cuando sales de casa sientes en los pies lla agradable y suave arena de la playa. Marc suspiró e intentó seguir recordando. Habían ido a un pequeño mercadillo donde vendían abalorios, ya que el cumpleaños de su hermana pequeña se acercaba y no le habían comprado nada todavía. Había un pequeño puesto donde vendían pulseras y abalorios de piel. A su madre le interesó y se acercó allí. Fue entonces cuando Marc vio aquella pulsera de cuero con una M de metal, y la quiso. Se puso a berrear como un loco, y su madre tuvo que comprársela para que se callara. La perdió esa misma noche, y no la volvió a ver. Quizá Álex la hubiera encontrado y se la hubiera puesto. Se encogió de hombros. Todo era posible.
Abrió el agua caliente del plato de la ducha, se desnudó con cuidado y se metió debajo de aquel chorro relajante y cálido. Cuando salió, cogió la toalla y se envolvió con ella. Notaba algo empapado y pesado en la pierna. Maldijo por lo bajo. No se había acordado de que llevaba una venda puesta en la rodilla. Suspiró. Tendría que ponerse otra. Rebuscó en el cajón y encontró una cajita. Leyó el contenido. Un metro de venda hipoalergénica. Sacó el rollo de la caja y se volvió hacia todos lados, buscando unas tijeras. No las encontró. Se encogió de hombros. Rasgó un trozo y lo dejó junto al lavabo. Se agachó y, con cuidado, se quitó la venda empapada de la rodilla. Siseó por el dolor. Tenía un rasguño muy largo y muy profundo. Cogió el trozo de venda y se lo enrolló en torno a la rodilla, poniendo mucho cuidado en ello. Cuando terminó, se puso los vaqueros, se abrochó una camisa blanca y cogió su mochila. Echó un último vistazo a la sala. Sonrió a la cama, perfectamente hecha, recordando su conversación con Diana. Sacudió la cabeza y salió del cuarto, cerrando lo puerta tras de sí con la muleta.

jueves, 2 de febrero de 2012

CAPÍTULO V: PROGRESOS

Alguien llamó a la puerta. Marc alejó la vista de la ventana y se volvió para ver quien entraba. Le sorprendió ver a una enfermera.
-  Buenos días, señor Fernández - dijo, con voz melodiosa. La examinó. Tenía un impresionante tono pelirrojo en el cabello y unos ojos oscuros y penetrantes. La tez blanca estaba cubierta de pecas que se esparcían por toda la cara. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo que caía sus hombros, cubiertos con una bata blanca e impoluta. Marc sonrió de nuevo.
-  Buenos días - respondió.
-  Me llamo Verónica, he sido su enfermera mientras estaba inconsciente - la mujer carraspeó. No debía de ser muy mayor, tendría unos 27 años -. Me han informado en recepción de que ya puede darse de alta en el hospital.
-  De acuerdo. ¿Cuándo puedo irme? - preguntó Marc.
-  Si le parece bien, esta misma tarde - respondió Verónica. Le clavó sus ojos de aguilucho.
-  De acuerdo - repitió Marc. - Oiga, ¿por qué me trata de usted?
La mujer sonrió.
-  Por la misma razón por la que me llama de usted también - replicó, serena.
Marc, perplejo, parpadeó un par de veces y se atrevió a preguntar:
-  ¿Y cuál es esa razón?
Verónica ladeó la cabeza y caminó hacia la puerta. Antes de abrirla, ante la sorprendida mirada de Marc, contestó:
-  Porque es el protocolo - hizo una breve pausa -. Y porque estamos en igualdad de condiciones. - Le guiñó el ojo y salió del cuarto.
Marc se quedó pensativo un momento, de pie junto a la ventana, y dirigió su mirada al lavabo. Tenía que ir con urgencia.


                                                 *****************************

Diana volvió la cabeza y miró por la ventanilla. Llevaba un mal humor encima que no la dejaba pensar.
-  ¿Por qué te quedas callada? - inquirió una voz junto a ella. Diana gruñó algo incomprensible y, sin dirigirle una sola mirada a su acompañante, metió la mano en el bolsillo de su vaquero para sacar el móvil. Sus dedos se toparon con él, pero algo duro y frío le devolvió el contacto. Diana se estremeció. ¿De dónde leches había sacado su hermana aquello? Debía haberlo cogido de casa, pensó, pero ¿para qué lo quería?.
Se volvió con brusquedad y miró a Elena fijamente.
-  Elena, ¿adónde me llevas? - preguntó, con tono desenfadado.
La mujer sonrió por debajo de la nariz.
-  Bueno, estamos en Navidad, ¿no? - su voz tenía un deje de burla - Bueno, pues volvemos a casa. Volvemos a casa por Navidad.
Diana se quedó boquiabierta.
-  ¿Vas a llevarme a casa? ¡¿Estás loca?! - gritó. Elena silbó.
-  Calma, pequeña salvaje - sonrió -. Seguro que papá estará encantado de conocerte - dijo la palabra papá como si fuera el nombre de un juguete que anuncian por la tele: con voz nasal.  Diana suspiró.
-  Déjalo, ¿quieres? No quiero ver a nadie. Y menos a papá - rió con amargura-. Claro que verte a ti me ha hecho perder las ganas de ´´volver a casa por Navidad``. Sólo quiero ver si Ruth está bien y largarme de aquí. De hecho, ya tengo trabajo y un apartamento. Dios mío, ¿qué hago yo aquí, en tu coche, CONTIGO? - siguió pensando en voz alta - ¡No te he visto en cuatro malditos años y estamos hablando de volver a cenar con la familia, como si no hubiera pasado nada! ¡Y ese hombre con el que está saliendo mamá, ni siquiera es mi padre! ¿Sabes qué? Que no puedo. Para el coche, Elena. Voy a bajarme - Elena abrió mucho los ojos, pero no dijo nada. Encontró un hueco en medio de la autopista y aparcó ahí. Diana abrió la puerta y salió, con energía. Antes de dar media vuelta para adentrarse en una búsqueda de un coche la pudiera llevar, Elena bajó la ventanilla de la puerta del copiloto y le dijo:
-  Ya veremos lo que dices mañana, después de haber estado todo el día buscando un coche que te lleve a casita. Que pases buen día, cielo - dijo, con voz melodiosa aposta. Rió, bajó la ventanilla, arrancó y se perdió en la boina gris que cubría la superficie de Madrid.

miércoles, 1 de febrero de 2012

CAPÍTULO IV: PARANOIAS

Después de un largo rato, se separaron, sobresaltados por el sonido amortiguado de un móvil. Diana se lo sacó del bolsillo del vaquero y observó la pantalla. Oprimió el botón verde y se llevó el aparato al oído.
-  ¿Diga? - dijo, con una leve irritación. Parecía tener ganas de gritar cuando dijo:- Te dije que no me llamases más. No quiero que...- calló, con la mirada perdida - ¿Cómo dices? - el interlocutor invisible le dijo algo que no pareció agradarla demasiado. Su mirada se ensombreció. Cuando quiso darse cuenta, se había levantado y daba vueltas por la habitación como una bestia enjaulada. - ¡¿Que Ruth ha hecho qué?! - casi chilló. Nueva pausa y murmullos en el auricular -. Enseguida estoy ahí, dame 5 minutos. - Colgó al instante. Marc le dirigió una mirada interrogante, que la había estado observando.
-  ¿Qué ocurre? - preguntó.
Diana vaciló. Finalmente, dijo:
-  Me acaba de llamar...una persona - informó, incómoda -. Mi hermana pequeña ha desaparecido. No aparece en casa desde ayer.
-  ¿Se llama...Ruth, tu hermana? - inquirió Marc.
-  Sí - contestó Diana.
Hubo un breve silencio, sólo roto por el crujido del abrigo que se estaba poniendo Diana. Marc tuvo que ayudarla a pasar el brazo por la manga de la parka y a abrocharse la cremallera. Una vez bien abrigada, Diana le hizo un leve gesto con la mano.
-  Mañana vuelvo - le aseguró.
Marc sonrió y le dijo adiós con la mano. Cuando Diana cerró la puerta tras de sí, Marc no pudo evitar acercarse a la ventana de la habitación y mirar afuera. Reconoció la ligera figura de la chica y el revoloteo de su pelo negro salir del edificio y avanzar hasta un Peugeot azul. El coche arrancó un momento después y desapareció del hospital. Marc dirigió una última mirada al horizonte. Sacudió la cabeza y sonrió para sí.
                                             


                                            *****************************


Diana corrió por los pasillos del hospital, hasta que llegó a la entrada y divisó un coche azul en la entrada del edificio. Paró en seco. No se hablaba con ella desde hacía años, y aún así iba a subir a su coche. Se armó de valor y detrminación y salió a la calle. Un viento gélido le acarició el rostro y revolvió su cabello. Apretó el paso. Se acercó titubeando al coche, lo rodeó y se subió por el lado del copiloto. Cerró la puerta giró la cabeza. Una chica de unos 25 años le sonreía de manera siniestra. Tenía la nariz recta, los pómulos altos, una piel blanca y perfecta y unos ojos enormes y verdosos. Llevaba el cabello oscuro recogido en un moño medio deshecho en la coronilla.
-  Elena - murmuró Diana, a modo de saludo.
-  Hermanita - contestó la mujer, burlona.
-  Vayamos al grano y apartemos las minucias a un lado - le espetó la chica -. ¿Cómo sabes que Ruth no ha vuelto a casa?
La mujer miró al frente y puso el coche en marcha.
-  Me llamó mamá - respondió, con voz impersonal y áspera. Sin alejar la mirada del parabrisas, siguió hablando-. Dice que discutió con ella ayer y Ruth cogió una chaqueta y se largó de casa. No fue a dormir a casa y hoy no ha ido al instituto - añadió con indiferencia. Diana la miró con los ojos entrecerrados, llenos de odio.
-  Es tu hermana, Elena, no sólo una mancha en el suelo - replicó la joven -. Y la tratas como si fuera un grano en tu impoluta y desagradable cara. - La miró con frialdad. Pero Elena sonrió con desdén y cambió de marcha sin dejar de mirar al frente.
-  Sigues igual que hace cuatro años, querida - dijo -. Yo que tú no me insultaría. Recuerda que puedo parar el coche en medio de una autopista y tú solita tendrías que ir a buscar a esa niñata de Ruth - dijo el nombre con desagrado, casi con asco. Diana la miró boquiabierta. Contuvo su mano, que había salido disparada a la mejilla de Elena. Pero ganas no le faltaban.
-  Veo que has estado llorando - comentó Elena. Diana no se inmutó -. Pásame la cajetilla de cigarros. Está en la guantera. - Diana abrió la guantera con cuidado y revisó el interior. Cogió la cajetilla de Camell y sus dedos se toparon con algo duro y frío. Se le cayó el alma a los pies cuando supo lo que era. Con cuidado, para que Elena no la viera, lo cogió como si fuera una reliquia y se lo guardó rápidamente en el bolsillo del vaquero. Después sacó un cigarríllo de la caja, lo encendió con un mechero que había en la guantera y se lo puso en los labios a Elena. Ésta le guiñó un ojo.
-  Gracias, cariño - dijo con sorna. Diana gruñó.