Diana suspiró, exasperada. Y ahora, ¿qué? Era pleno diciembre, estaba oscureciendo por momentos, le dolía el brazo y se estaba congelando. Oyó un leve rumor del motor de un coche a lo lejos, y aguzó la vista. Tuvo que hacerse una visera con la mano, ya que el sol, que era ya una uña en el horizonte, le daba de lleno en los ojos, haciéndole daño. Era un coche plateado, o eso creía. Aguardó a que se acercara y alzó el brazo, con el pulgar levantado hacia arriba. El coche paró junto a ella. Abrió la ventanilla, que descubrió un rostro moreno y unos ojos castaños.
- ¿Subes? - preguntó el chico, con una sonrisa. Diana vaciló y dirgió una breve mirada a ambos lados de la carretera. No se veía un alma. Eso la inquietó un poco, pero finalmente subió y se abrochó el cinturón de seguridad. Miró al chico, incómoda. La cara le sonaba, pero no lograba ubicarla. El joven sonrió de nuevo.
- ¿Y bien? - preguntó - ¿Adónde te llevo?
Diana lo pensó un momento.
- ¿Sabes dónde está la calle de Ambrós? - el muchacho asintió. Puso marcha directa y arrancó el coche. Hubo un breve e incómodo silencio. Finalmente, el chico dijo:
- No me has dicho cómo te llamas.
Diana lo miró, perpleja.
- No me pareció un dato relevante - replicó, con cautela. - Pero si de veras tienes tanto interés en saberlo...soy Diana. ¿Y tú?
El muchacho parpadeó.
- Álex - la miró un momento y volvió a dirigir la mirada al parabrisas -. Tú eres la chica que salvó mi hermano ayer - Diana se quedó boquiabierta.
- ¿Eres el hermano de Marc? - preguntó. Álex asintió con la cabeza - No os pareceéis mucho - comentó Diana.
- Sí - dijo Álex, sonriendo de manera siniestra -. Lo sé. Mucha gente me lo dice.
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Marc metió la cabeza debajo del grifo del agua fría, y se despertó del todo. Sacudió la cabeza. Cogió la toalla que estaba doblada en un pequeño cajón junto al lavabo, y se secó el pelo, castaño y fino, y la cara. Miró de nuevo la pulsera de su muñeca. ¿De dónde había salido? No la llevaba puesta antes. Seguramente me la habrá puesto Álex cuando estaba inconsciente, pensó, sabe que le tengo mucho cariño.
Una punzada de nostalgia atravesó su corazón. Recordó dónde la había conseguido. Hacía ya 10 años, su madre lo llevó de vacaciones a la playa. Vivían en una pequeña casa junto al mar, en una de esas en las que cuando te asomas a la ventana ves las olas batir contra las rocas, y cuando sales de casa sientes en los pies lla agradable y suave arena de la playa. Marc suspiró e intentó seguir recordando. Habían ido a un pequeño mercadillo donde vendían abalorios, ya que el cumpleaños de su hermana pequeña se acercaba y no le habían comprado nada todavía. Había un pequeño puesto donde vendían pulseras y abalorios de piel. A su madre le interesó y se acercó allí. Fue entonces cuando Marc vio aquella pulsera de cuero con una M de metal, y la quiso. Se puso a berrear como un loco, y su madre tuvo que comprársela para que se callara. La perdió esa misma noche, y no la volvió a ver. Quizá Álex la hubiera encontrado y se la hubiera puesto. Se encogió de hombros. Todo era posible.
Abrió el agua caliente del plato de la ducha, se desnudó con cuidado y se metió debajo de aquel chorro relajante y cálido. Cuando salió, cogió la toalla y se envolvió con ella. Notaba algo empapado y pesado en la pierna. Maldijo por lo bajo. No se había acordado de que llevaba una venda puesta en la rodilla. Suspiró. Tendría que ponerse otra. Rebuscó en el cajón y encontró una cajita. Leyó el contenido. Un metro de venda hipoalergénica. Sacó el rollo de la caja y se volvió hacia todos lados, buscando unas tijeras. No las encontró. Se encogió de hombros. Rasgó un trozo y lo dejó junto al lavabo. Se agachó y, con cuidado, se quitó la venda empapada de la rodilla. Siseó por el dolor. Tenía un rasguño muy largo y muy profundo. Cogió el trozo de venda y se lo enrolló en torno a la rodilla, poniendo mucho cuidado en ello. Cuando terminó, se puso los vaqueros, se abrochó una camisa blanca y cogió su mochila. Echó un último vistazo a la sala. Sonrió a la cama, perfectamente hecha, recordando su conversación con Diana. Sacudió la cabeza y salió del cuarto, cerrando lo puerta tras de sí con la muleta.
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