- ¡Marc! ¡Espabílate, tío! - le dijo alguien al oído. Marc giró la cabeza y se encontró con unos ojos negros como el azabache en una piel tostada por el sol.
- Perdona, Sofía. Estaba ditraído.
- Que no vuelva a pasar, hoy el restaurante está petado, y necesitamos a gente despierta.
- Entendido.
La encargada entrecerró los ojos, dirigiendo a Marc una última mirada de avertencia, mientras se retiraba a atender a la gente. Marc suspiró. Menos mal, ya casi es la hora de irse a casa, pensó.
Con un nuevo suspiro, se dirigió a una mesa cercana en la que se sentaba de espaldas a él una mujer.
- Hola, buenas tardes. ¿Qué desea tomar? - dijo, con voz falsamente alegre. Le impresionaron los profundos ojos verdes que le miraban desde la cara pálida y perfecta. Le recordó a Diana. Le sonrió con calidez y le tendió el menú.
Elena guardó silencio y lo miró, decidiendo qué pedir. La mirada azul de aquel chico la había aturdido. Pidió unas bravas y una cocacola.
Mientras esperaba, Elena sacó la blackberry de su enorme bolso de piel. Miró atentamente la pantalla. Tenía 8 llamadas perdidas de Diana. Preocupada, marcó el número de su hermana y esperó. Los pitidos de espera se alargargaban...pero por fin la voz de Diana preguntó quién era.
- Diana, ¿qué ha pasado? Encima que casi me petas las memoria del móvil, me has llegado a preocupar.
- Deberías estarlo ya - la voz de la chica contenía una leve inquietud.
Marc dejó la cocacola y las bravas encima de la mesa y se marchó cojeando.
Elena oyó de fondo una tos asmática, que adjudicó a su madre. Un poco sorprendida, consiguió preguntar:
- ¿Está ahí mamá?
- Sí. Acabo de traer a casa a Ruth, y no parece estar muy contenta.
- Déjate de bromas. Dime qué pasa.
- ¿Estás cerca de casa?
- No. ¿Cuál es el problema, Diana? Se me acaba la paciencia.
Sin darse cuenta, Elena se había quitado del dedo anular un aro de plata con una piedra diminuta y negra en un extremo, y lo manipulaba nerviosamente.
Detrás de la línea, Diana guardó silencio. Elena escuchó, y oyó a su madre lanzar un sollozo y sorberse la nariz.
- ¿Dónde estás exactamente?
- En un bar de ramón y Cajal.
- Coge el coche y toma el camino más corto para llegar a casa. Rápido.
- No tardaré mucho.
- Más te vale.
Elena fue a decir algo, pero Diana ya había colgado.
Pidió la cuienta, levantando el brazo, y dejando sin probar las bravas y la cocacola. Marc se apresuró a atenderla.
la chica salió corriendo del bar, con la mirada de unos ojos verdes clavados en ella hasta que entró en el coche, arrancó se perdió en las calles de Madrid.
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