domingo, 19 de febrero de 2012

CAPÍTULO XII: MISTERIOS

Marc cogió el trapo húmedo y lo pasó por la superficie de la mesa número 4. Los hilos sueltos del paño se engancharon con saña en un aro de plata, brillante y abandonado, de Elena. Lo rescató de entre los hilos de la tela y lo boservó, sosteniéndolo entre el índice y el pulgar. Después lo guardó en el holgado bolsillo de sus vaqueros.
Metió el trapo debajo del grifo, lo escurrió, lo roció con desinfectante y volvió a pasarlo por la mesa 4, frontando con fuerza para desincrustar cualquier mancha que luego pudiera no salir.

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-  ¿Estás tonta o te has fumado algo raro? - incrédula, Elena se sostuvo para no soltarle un sopapo a su hermana.
-  Le vi, Elena. Me miró con esos ojos tan...siniestros que tiene. - La seriedad del rostro de Diana no dejaba espacio para bromas. Los ojos verdes de las dos hermanas se estudiaron con atención un momento.
-  Está bien -rendida, Elena suspiró- ¿Dónde le viste?
-  Viniendo hacia aquí, no sé qué calle.
-  Si es listo - dijo Raquel con la voz rota -, será una calle próxima a ésta. - Emitió un sollozo tan cargado de tristeza y desespero que Ruth no pudo hacer más que abrazarla con fuerza y besarla en la mejilla con cariño. Su madre tosió y le sonrió cálidamente, agradecida. Sus afectuosos ojos color miel brillaban debido a las lágrimas que los cubrían. Su rostro delgado y pálido se contraía en una mueca de dolor y cansancio. Pero aún así sonreía. Era muy bella.
Ruth le devolvió la sonrisa y le cogió la mano.
-  No tiene por qué - repuso Diana -. A lo mejor no sabe con exactitud dónde vivimos, tan solo está... - calló, dándose cuenta de que sólo estaba empeorando las cosas. Se mordió el labio.
-  Mamá - dijo Elena -. ¿Qué hacemos ahora?
Raquel vaciló.
-  Esperaremos hasta final de año para ver qué pasa.
Las tres chicas bajaron la cabeza.
-  ¿Qué haremos mañana? Es Nochebuena -. Diana sentía curiosidad.
Raquel se secó las lágrimas con la manga de la camisa.
-  Mañana he quedado con Tomás.
Diana entrecerró los ojos.
-  ¿Y nosotras?
-  ¿No tienes amigos para salir?
-  Estarán con su familia. Como debería estarlo yo.
El ambiente estaba cargado de tensión. Diana y Raquel siempre estaban discutiendo.
-  Pero yo ya he quedado. Respeta mi postura. No le veo desde el mes pasado.
-  Y yo a ti tampoco desde hace tres años. Él no es mi padre, mamá. Por más que quieras que lo sea.
-  ¡Ya empezamos a desenterrar el pasado! - Raquel se ensombreció.
-  ¿Cómo quieres que no lo haga si el pasado es la única razón por la que no nos hablamos? - Diana empezaba a levantar la voz e intentó controlarse.
-  ¡Ya basta!
No pudo.
-  ¡Ya basta no, mamá! ¡Estoy harta de que siempre tengas que ser tú la víctima, y yo la mala de la película! ¡Pero para montarte esas historias ya está Elena, ¿no?! ¡Paso de vosotras!
Con rabia, salió del pequeño chalé dando un portazo. Sacó de su bolsillo las llaves del coche y se metió en su Citröen verde y viejo. Desde la ventana superior de la casa, Ruth la miraba con lágrimas en los ojos. Diana sacudió la cabeza y se alejó de la vivienda.

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