Diana abrió mucho los ojos.Diana1000: como dices?
MarcBomba: que me repitas lo que sentiste cuando te hablo Judith
Diana1000: estas hablando en serio?
MarcBomba: crees que me tomaria esto a broma, Diana?
Diana1000: pero que ha pasado?
MarcBomba: creo que Judith me ha hablado
Nube miró a Diana con sus ojillos bicolores. Se subió a la cama y se acurrucó en las piernas cruzadas de su dueña. Finalmente cerró los ojos, pero mantuvo las orejas tiesas, atenta a cualquier sonido.
Diana1000: y como lo sabes? que dijo? cuentamelo todo
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Incómoda, Raquel desvió la mirada hacia la silla vacía que había frente a ella. Se metió un trozo de cordero en la boca. El silencio sólo se rompía con el sonido del tenedor golpeando el plato.
- Bueno, ¿dónde está Diana? - preguntó Tomás, masticando la lechuga. Raquel lo miró con preocupación.
- No lo sé, mi amor. De verdad que no lo sé.
Elena y Ruth intercambiaron una mirada de circunstancias. El silencio siguió apoderándose de la velada.
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Diana reía a carcajadas.
- ¿Pero cómo...puede...hacer eso? - preguntó entre risas. Damián puso la cara en su posición habitual y le sonrió.
- Mi padre me enseñó a hacerlo - respondió, y volvió a hacer la mueca. Diana siguió riendo mientras se agarraba la tripa.
Álex, Marc y María también reían.
Con un suspiro de cansancio, y aún sonriendo, Diana dejó de reírse y cogió un pedazo de cochinillo de la fuente que había en el centro de la mesa. Lo saboreó. Estaba delicioso.
- Oiga, señora Fernández, la carne está que te pasas - se sonrojó -. Perdón, digo que está muy buena. Tiene que pasarme la receta.
María sonrió.
- En primer lugar, niña - la señaló con el dedo -, esta receta ha ido pasando de generación en generación, pimero mi tatatatatarabuela, y luego mi tatatatarabuela, y después mi tatatarabuela, y así hasta mí. No creas que la voy a pasar tan fácilmente.
Diana se quedó impresionada.
- ¡Pero mamá! - gritó Álex, partiéndose de risa - ¡No mientas, lo viste ayer en el programa de Karlos Arguiñano!
Todos rieron, y María la que más.
- Hijo, cómo te gusta dejarme mal - dicho esto, se dirigió de nuevo a Diana -. En segundo lugar, no importa que digas ''que te pasas''. Soy una mujer moderna.
Marc soltó una risita.
- Y en tercer lugar, muchacha - se puso muy seria de repente -, nunca, nunca más...
Diana contuvo el aliento.
- ...me llames señora Fernández. Me hace sentir vieja.
Todos estallaron en alegres carcajadas.
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Ruth se sirvió más cordero en silencio. Tomás, ya satisfecho, la observó.
- ¿No estás llena? - pregunto, con indiferencia.
- No - contestó Ruth, cortando un pedazo de carne y pinchándolo con el tenedor.
- Te vas a poner como una foca si sigues así. - La miró comerse el cordero.
Ruth siguió masticando, indiferente a las críticas de su futuro padrastro.
- Así sea.
Tomás se levantó bruscamente, tomó el plato de Ruth (la chica gritó: ''¡Eh!'') y lo llevó a la cocina. Después volvió, se sentó tranquilamente en su silla y encendió un cigarrillo, exhalando todo el humo directo a la cara de Ruth, y dejando vestigios de olor tabaco por toda la casa. Raquel no dijo nada. Sólo recogía, limpiaba y ordenaba la mesa, casi impulsivamente, con la cabeza gacha y la mirada fija en el suelo.
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- Gracias por la cena, señora Fern...María - se corrigió Diana, sonriendo.
- No hay de qué, niña. Gracias a ti por venir y hacernos pasar un buen rato - dicho esto, la mujer le estampó un beso en la mejilla, cogiéndola por el mentón con fuerza. Se despidieron y Diana salió al tupido jardín. Estaba cubierto por una curiosa capa de escarcha. Se acercó a un pequeño rosal y acarició los pétalos de una rosa roja como el rubí, aunque un poco más marronácea, tan fría y gélida que se estremeció a su contacto. Aspiró su perfume. Tan intenso...
Quiso cortarla, pero no tuvo valor. No quería estropear el jardín de la familia Fernández. Olió el aroma de la flor una vez más, salió de la casona, cogió su coche y se alejó de allí, seguida por la mirada azul de Marc.
El chico bajó al jardín, con la excusa de querer un poco de aire fresco.
Su respiración formaba pequeñas nubes de vaho en el aire, que se elevaban a la noche, perfecta y oscura. Se acercó al rosal. Localizó la rosa y la sujetó por el tallo. Lanzó un siseo de dolor al percibir las espinas que se clavaban en sus dedos. La soltó y la cogió por la corola. Palpó los pétalos, suaves y delicados. Miró las demás rosas. Eran exactas a aquélla, solo que la que Marc acariciaba estaba más decaída y marronácea. ¿Que tenía de especial precisamente la más fea? Marc no lo entendía. Pero aún así creía en Diana.
Aspiró el olor de la rosa. Era tan intenso que se sorprendió de que, con el frío que hacía, pudiese percibir tan bien aquel aroma.
Ahora lo entendía.
Sonriendo, arrancó un pétalo, no sin cierta pena. Lo olió y percibió aquel olor dulce, que representaba la esencia y el alma de Diana. Subió a su habitación, guardó el pétalo entre las hojas de su libro favorito, se cambió, deseó una feliz Navidad a todos y se fue a dormir.
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